Lo que viví en un pueblo abandonado: Tablate (Granada)
Entre el Valle del Lecrín y la zona baja de La Alpujarra se encuentra Tablate o, mejor dicho, los pedazos desvencijados de lo que fue un pueblo granadino.
No hace mucho que leí por primera vez sobre este lugar a
través de un artículo de Manuel
Jabois con una virtuosa entradilla donde narraba el acercamiento al lugar y
como "al llegar no hay nada". Este lunes, aprovechando que transitaba por la
zona, visité Tablate, unas silenciosas ruinas sin nombre, pero con memoria.
Porque efectivamente, el que fue núcleo urbano de Tablate no es visible por la carretera en dirección a Lanjarón. Sin embargo, una vez que uno se sale de la carretera principal y curvea entre barrancos, la torre de su Iglesia empieza a sobresalir entre los cerros. Casi por intuición, sin carteles que lo indiquen, ni aparcamientos, llegué a su entrada y dejé el coche en el arcén. Cogí la cámara de fotos y subí una pequeña cuesta para dar un salto en la memoria y sumergirme en las calles de Tablate, hoy un amasijo de casas abiertas de par en par por el abandono, con techos que son suelo y maderas que crujen. Su apacible silencio solo es roto por el viento que se cuela entre los restos de memoria familiar que aún rezuma entre baldosas cubiertas de malas hierbas y las migajas del último mobiliario.
Sentí emoción al pasear por aquellas recoletas calles de Tablate, pero también un ligero suspense por la posibilidad de encontrar a alguien oculto tras unos derruidos muros, con señales del expolio tras la salida de sus últimos habitantes en los años 90. Pero ni a los que buscan lo que en épocas pasadas perteneció a otros les interesa ya Tablate, quizás ya solo escenario de curiosos o de cazadores de fotografía, y pocos de esos puede haber un lunes por la mañana en la Granada interior. Tablate es un desierto, un desierto donde el tiempo se detuvo, aunque sus ladrillos envejecen.
Durante un rato me moví entre casonas amplias y fachadas más humildes, rodeé su perímetro y avisté su entorno. Leo en Ideal que Tablate también tuvo ayuntamiento, biblioteca y cuartel de la Guardia Civil propios, que llegó a tener 2.000 habitantes y que desde hace años depende del municipio de El Pinar. Bajo la dinastía nazarita, Tablate tuvo un importante desarrollo en torno a los tejidos de seda, los molinos y la cerámica. Aún quedan los restos de un horno entre las ruinas de Tablate, pero hace mucho tiempo que no quedó nada que cocer ni a quien alimentar.
El puente de Tablate un importante papel en la sublevación de los moriscos contra Felipe II en 1568, ya que era el punto de acceso principal hasta Las Alpujarras y consiguieron bloquear la entrada. Después de varios intentos, el capitán Álvaro Manrique con 140 infantes y 200 caballos terminó por certificar que el lugar continuaría siendo cristiano. Siglos después, Tablate perdería la batalla definitiva, la de continuar con vida.
Para terminar el paseo por Tablate decidí entrar en su
iglesia, tiempos atrás consagrada a Santiago y centro de sus fiestas cada julio.
Un agujero frontal rompiendo el muro permite el acceso a la Iglesia de Tablate a través de una ornamentada puerta de madera astillada. Al fondo no me creía lo que estaba viendo. Entre agujeros y desconchones, bajo la luz que entraba por un gran hueco en el tejado, aún se mantenía la mesa del altar. Sobre ella, dos velas con aspecto de haber sido utilizadas recientemente y, entre ellas, un gran misario. Parece que Tablate, aunque sea una aldea derruida y sin vida, aún mantiene a alguien que conserva la fe.
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